quinta-feira, 29 de dezembro de 2011

EDUCACION Y CIVILIZACION

Uma bela reflexão de Gustave Thibon para encerrarmos o ano com chave de ouro.
Para ler clique aqui.

Fonte: Revista Verbo.

domingo, 13 de novembro de 2011

Convidado: Rafael Gambra


"Seréis como dioses"


Bajo este título, formado por las palabras de la tentación demoníaca a nuestros primeros padres, Gustave Thibon nos ofreció un libro extraño y paradójico. Libro cuya lectura cala las fibras más hondas del creyente y provoca ecos inextinguibles de meditación y de autocrítica.

Llegó a ser muy conocida entre nosotros la personalidad de Gustave Thibon, este autodidacta originalísimo que, desde su aislada vida campesina, supo penetrar hasta su médula los problemas espirituales, religiosos y políticos ---en el más amplio sentido de esta palabra---de nuestra época. Su libro Diagnósticos, traducido al castellano, constituye una de las más luminosas descripciones de nuestro ambiente espiritual; y no menor significación tuvieron para una mente religiosa sus libros El pan de cada día y La crisis moderna del amor, publicados también en nuestra lengua.

Nunca podré olvidar mi primer contacto con la obra de Thibon, precisamente en su libro Diagnósticos. En esta nuestra "Edad de Papel" estamos definitivamente acostumbrados a tratar, no de las cosas mismas, sino de opiniones sobre las cosas, sistema que conduce a la formación de nuevas opiniones, pero en ningún caso a la verdadera evidencia, es decir, a la visión clara y serenante de una realidad dotada de sentido y de valor. En las páginas de Thibon no hay, en cambio, una sola cita ni la menor muestra de erudición. Pero las cosas mismas aparecen bajo su pluma envueltas en una nueva luz que convence y engendra en el ánimo ese aquietamiento dichoso que acompaña a la visión misma de una causa o de una relación explicativas. No me cansaré de recomendar un capítulo de ese libro ---el titulado " La moral y las costumbres"---a quienes quieran conocer la raíz profunda de lo que se llama el problema y la inquietud social de nuestra época.

El filósofo Francisco Brentano, en sus análisis fenomenológicos, distinguía entre lo que llamaba juicio ciego y juicio evidente, experiencia intelectual, esta última, resolutiva, que se justifica por sí misma y no requiere ni admite explicación ulterior. Thibon llega a mostrarnos lo que es social y humanamente sano ---incluso en las reacciones y en las luchas---, distinguiéndose de lo morboso y desvitalizador y ello en forma tal que se engendra en el espíritu una especie de evidencia valoral.

Para este último libro, Thibon ha adoptado la forma escénica; es decir, el libre diálogo de personajes. No precisamente ---nos aclara en el prólogo---para la pintura de caracteres, ni para lograr efectos teatrales, sino para presenciar la reacción humana ante una situación concreta, situación imaginaria que surge del desarrollo de una idea metafísica y religiosa. Del mismo modo que Sartre eligió la pieza teatral para expresar la experiencia existencial, Thibon busca en esta ficción escénica el sentido y el valor de la vivencia religiosa, a la que previamente coloca en una situación límite.

La ciencia positiva se ofrece hoy más como un medio de dominar la naturaleza que como un modo de conocerla. Conscientemente fenoménica y experimental, la ciencia moderna abandona a la filosofía la investigación de unas causas y esencias, hacia las cuales no oculta un marcado desdén. Desde un punto de vista religioso la actitud científica así expresada puede tener, no sólo una justificación, sino una valoración positiva: ayúdate que Dios te ayudará; la oración no dispensa de la acción ni debe esperarse del cielo lo que nosotros no procuramos con nuestras fuerzas; a Dios rogando y con el mazo dando...

Sin embargo, la mentalidad del cientificismo contiene supuestos implícitos que brotan directamente del racionalismo y de los ideales "progresistas". Comte expresó hace más de un siglo esta nueva fe racionalista en su célebre teoría de los tres estadios o fases del conocimiento humano. Situado el hombre primitivo entre fuerzas naturales que le son desconocidas y a menudo adversas, trata primero de interpretarlas como seres divinos, a los que procura tener propicios. Es el estadio mítico o fetichista del pensamiento humano. Ve después que tales fenómenos responden a una legalidad natural, cognoscible aunque no dominable, y trata entonces de explicarlos racionalmente mediante entidades y teorías metafísicas, reservando a un solo Dios---convertido progresivamente en principio filosófico superior---la dirección última de esa estructura filosófico-natural. Se trata del período metafísico del conocimiento, compatible con una supervivencia del estadio religioso en su forma monoteística-racional.

Adviene, por fin, el estadio positivo o científico de la Humanidad, el definitivo y real. El hombre se atiene a lo fenoménico u observable, a los datos positivos, y abandona progresivamente las explicaciones metafísicas y religiosas de la realidad. Así, en tanto el sector de desconocimiento va siendo iluminado por el avance científico, los viejos modos del saber que se erigían sobre el misterio van perdiendo objeto y razón de ser. El término "Progreso" será sólo de la ciencia positiva, es decir, del conocimiento meramente fenoménico y de la técnica. Más tarde, Marx completará la nueva fe racionalista con el ideal político-social practicista: "El mundo no está hecho para ser contemplado, sino para ser transformado". El ideal científico del positivismo es insuficiente a los ojos de Marx por cuanto propugna una actitud cognoscitiva que, aunque meramente fenoménica, es todavía pasiva ante la realidad. El progreso indefinido no dará nunca satisfacción cumplida al hombre, puesto que la omnisciencia es un objetivo solamente teórico, irrealizable en la práctica, y, además, el hombre no es un ser contemplativo. El hombre puede, en cambio, construir, con la ayuda de la técnica científica, el mundo del hombre, el medio adaptado a su naturaleza, el paraíso sobre la Tierra.

Thibon expresa en el pórtico de este libro, con versos de Federico Mistral, este ideal fenoménico-practicista de la ciencia moderna:

II chante les peuples sevrés
Que l'on entend crier a l'horízon;
II chante l'humanité future,
Maitrisant à son gré la monde naturel;
Et, devant l'Homme souverain,
Dieu, pas à pas, se retirant

Esta es, pues, la nueva fe del hombre moderno: fe en la estructura racional del Universo; fe en la capacidad de la mente para penetrarla sin residuo; y fe en la técnica humana para recrear ese Universo a su medida. Fe, en definitiva, en un Paraíso sobre la Tierra.

El hombre, siempre ansioso de su propia seguridad, es muy proclive a jugar en su vida con dos, tres o más barajas: cuantas representen una posibilidad de alcanzar esa seguridad; es decir, a tomar todas las opciones que estén a su alcance. Idéntica tendencia experimenta cuando se trata de su salvación final en un paraíso ---humano o divino---que le libre de la aniquilación o de las tinieblas exteriores. Son muchos los hombres que respiran y aceptan, en el ambiente de su época, la fe tecnicista, y que, por otra parte, han heredado la fe religiosa en un más allá sobrenatural. Y muchos también los que se sienten inclinados a vivir alentando y construyendo el paraíso terreno, pero reservándose también un puesto entre los que esperan en la palabra del que triunfó de la muerte y del pecado.

En materia de fe, sin embargo, ambas opciones no son compatibles, a diferencia del jugar diversos números de la lotería. La fe, para serlo, ha de constituir una entrega total. Del mismo modo que el amor de Dios es "desear perderlo todo antes que ofenderle", así la fe en Dios ha de entrañar una renuncia a cualquier otra promesa o esperanza final que no sea el cumplimiento de su palabra.

Y aquí surge el problema religioso que afronta este libro. ¿Hasta qué punto los cristianos de hoy habrán eludido la disyuntiva entre una y otra fe---la de Cristo o la de la Razón---y habrán jugado a la doble oportunidad y a la doble mentira? ¿Hasta qué punto nos habremos conformado con esta actitud filístea cada uno de nosotros? Como clima de evidencia y meditación, Thibon construye la situación límite del problema, y hace hablar y actuar en ella a personajes humanos individuales, con sus debilidades y esperanzas.

Imaginemos que la ciencia ha alcanzado su meta. Que la Ciudad del Hombre, el paraíso tecnocrático, están hechos y, con la desaparición del dolor y de la muerte, la oración y Dios mismo se han hecho supérfluos, innecesarios para el hombre...

"Durante el siglo XX los cristianos estuvieron divididos en conservadores y progresistas: estos últimos seguían muy de cerca a los tecnócratas y a los marxístas; saludaban a las fábricas como las catedrales del mundo nuevo y veían en el socialismo el cumplimiento del Evangelio. Eran, en fin, más progresistas que cristianos, y este ídolo (su fe) que llevaban en el furgón de equipajes de la Historia no molestaba a nadie ...".

Seguimos imaginando: cuando sobrevino la gran catástrofe---la guerra atómica---ningún cristiano osó ya ver en ella una crisis de crecimiento como en las dos guerras mundiales precedentes. Se habló de invenciones diabólicas, y volvieron a constituirse comunidades como en los primeros tiempos de la Iglesia.

Otros hombres, sin embargo, lejos de este espíritu atávico y negativo, supieron aprovechar las grandes enseñanzas técnicas de la catástrofe. ¡Qué escándalo en esas comunidades cristianas cuando por primera vez se obtuvo la vida en el laboratorio! Unos negaban la evidencia, otros hacían distinciones absurdas, otros hablaban de intervención satánica... La disolución estaba próxima. Los acontecimientos se precipitaron desde ese momento; al poco tiempo se obtiene el suero de la inmortalidad que libraba al hombre del envejecimiento y de la muerte; poco después el control psíquico se logra por el rayo de la persuasión, y una adaptadón dirigida al hombre del hastío y adapta su alma a la inmortalidad.

La conversión a la nueva fe del hombre fue casi unánime y espontánea, como la recepción de la luz al amanecer tras de las tinieblas nocturnas. Casi no fue preciso utilizar el rayo de la persuasión más que con algunos pocos recalcitrantes. La más ilustre de las conversiones fue la del Papa entonces reinante ----Juan XXIV---, quien tras de larga meditación declaró públicamente que la realidad del mundo nuevo era el cumplimiento de las promesas evangélicas, y que la Iglesia había sido su prefiguración mítica. Dejaba en libertad a los fieles, y, por su parte, abdicaba de sus funciones y entregaba la dirección espiritual del mundo a los hombres mismos que habían alcanzado por sí las promesas de Jesucristo. Tras esto, solamente un obispo español se alzó contra la supuesta apostasía del Sucesor de San Pedro, se proclamó Vicario de Jesucristo por la gracia divina, y fulminó anatemas que se perdieron en el vacío de un rebaño que ya no le escuchaba. Naturalmente, rehusó el suero de la inmortalidad, resistió ---sólo el ---el rayo de la persuasión, y murió meses más tarde entre el anatema y la oración.

Alcanzóse así la Ciudad de los Hombres-dioses mediante un mundo tecnificado donde robots mecánicos realizaban cuanto supusiera trabajo y esfuerzo. Dios dejaba entonces de aparecer como consuelo o esperanza, puesto que no existían ya ni el dolor ni el desamparo ni la muerte. La religión ---el sentimiento de dependencia y la oración---parecía haberse extinguido en el corazón humano con las demás fantasmagorías y terrores de "las edades sombrías".

En este mundo nuevo y perfecto, un alma femenina frágil y extraordinariamente sensible ---Amanda---experimenta lo que Koestler llamaba el "dolor incausado" o íntimo del vivir, por oposición al dolor causado, que es el producido por las necesidades e indigencias vitales, el único definitivamente extirpado de aquel mundo.

¿Dónde están los muertos ---se pregunta Amanda---, eso que llamamos "nuestros preparadores", los que, humanos también, precedieron a la Ciudad del Hombre Inmortal? Ellos tenían un alma, como la tengo yo, vivieron en presencia de Dios y, al alcanzarlo en la muerte, Él dio sentido personal y cumplimiento verdadero a sus vidas. ¿Puede haber un Paraíso sobre el eterno insentido de aquellas muertes?

La respiración del alma es la oración... Rezar es pedir... y también aceptar... Pero nosotros no hemos rezado jamás. Nada hay que pedir cuando se tiene todo...; nada que aceptar cuando no se sufre... Amanda, a través del recuerdo y del amor hacia los muertos que la precedieron, hacia esas almas supuestamente aniquiladas, llega a amar al Dios que las habría recibido, a Aquél que murió en el corazón y en la plegaria de sus propias criaturas, por respeto a su decisión y libertad. Y Amanda cae de rodillas y reza al Dios de sus antepasados mortales, al Dios silencioso y desposeído. Oración sin sentido impetratorio, y también sin esperanza; tributo sólo de amor hacia el Inaccesible Desterrado, grito de la finitud encerrada en su propia obra:

"¡Oh tú que nuestros mayores llamaran Padre de los pobres!".
"Más pobre ahora que la flor marchita, él manantial cegado, la
piedra de los viejos caminos por los que nadie pasa ya".
"Poder infínito evaporado en la absoluta debilidad ".
"Amor sin defensa, despojado hasta la nada".
"Dios que se ha dejado quitar todo, Dios que no tiene ya nada que dar".
"Dios que no eres ya más que tí mismo
"Rey sin corona, sol sin rayos, oración sin voz".
"---Dios desnudo, haz de mí tu vestidura..."
"---Dios moribundo, que sea yo el lecho de tu agonía ...".
"---Y si has muerto, que sea yo tu sepulcro ...".

Entonces se opera el milagro de la muerte. Así como en la época del Renacimiento se llamaban Utopías los proyectos de organización total de la vida colectiva, y hoy, en cambio, parece utópico que algo de esa vida escape a la organización, así también el milagro de vencer a la muerte o de resucitar se troca para la Ciudad del Futuro en el milagro de morir. Dios acoge el amor puro y solitario de Amanda, y la lleva hacia sí, a despecho de los múltiples medios técnicos de mantener indefinidamente cada vida.

Helios enamorado de Amanda, la despide con estas palabras:

"Dios desconocido, recibid vuestra imagen. Pero tened piedad de todos los hombres. Haced que la muerte no muera con nosotros. Que ella descienda sobre nuestros hermanos como la lluvia sobre el desierto, como el perdón sobre el pecado. Que sea ella el perro fiel que os reúna el rebaño... ¡Oh tú que has buscado a Dios más allá del paraíso ...!".

El milagro de la muerte anticientífica ---muerte de amor y de añoranza---ha roto por primera vez la unidad del paraíso humano. Dios ha vuelto su mirada al hombre que lo había expulsado de su vida. Todos los cantos de Navidad, todas las campanas de Pascuas, suenan de nuevo. El misterio de la vida y la presencia de Dios retornan al hombre... Para el doctor Weber, técnico del Paraíso Científico, se trata de la última mordedura de la bestia vencida, del viejo terror que reaparece momentáneamente. Para Amanda es el primer grito de Dios que renace, la eterna esperanza que palpita todavía, la sonrisa del Padre sobre el hijo que vuelve a la casa paterna.

La ficción escénica de esta obra de Thibon hace vivir al lector una situación límite en cuyo fundo late esta opción: si un día cualquiera la ciencia lograra suprimir la muerte ¿qué pensarías tú de ese "plan de Dios sobre la Historia" que perpeturía indefinidamente la separación entre el hombre y Dios? Y, sobre todo, ¿qué elegirías? ¿Aprovecharte de un descubrimiento que te privaría para simpre de Aquel que llamas tu Dios, o precipitarte en lo desconocido para reunirte con Él? Esta opción, si se presentase, separaría para siempre los hombres del Progreso de los hombres de la Eternidad.

Esta extraña obra de Thibon tiene dos méritos que podríamos llamar evidenciadores: uno es mostrar en forma vivida la filosofía ---o más bien la profesión de fe ---que se esconde en los ideales científicos, progresistas o tecnocráticos de nuestra época, tan compatible, para muchos, con el mazo activo del creyente que reza. Otro es denunciar la chanson de route a que se reduce la fe en muchos cristianos progresistas, y también en muchos de los que profesan por herencia o por costumbre su credo religioso.

P.S.: Pero el aspecto más sorprendente y estremecedor de esta obra---releída en el año de la muerte del autor---es que fue escrita antes del Concilio, a raíz de su convocatoria. Hoy, visto lo sucedido y en trance de suceder, es fácil para el creyente católico---casi una necesidad de su espíritu---colocarse en una situación-límite ---en ese hipotético final del proceso---para hacerse las preguntas radicales de su fe: si efectivamente, y como hoy se difunde desde la cumbre, la Iglesia oficial o visible no reconoce casi más misión que la finalidad temporal de coadyuvar con sus medios al desarrollo técnico-científico, a la promoción humana, a la lucha (en este mundo) contra la injusticia, el hambre o las guerras; si su destino parece el disoverse en esa labor "humanista" y socializadora, ¿constituirá ésta la muerte de Dios entre los hombres?, ¿el final efectivo de la Iglesia de Cristo?, ¿la desaparición de la idea de Dios y del anhelo de Él en el corazón humano? Lo que hoy, al comienzo de milenio, es un angustioso planteamiento para todo creyente, incluso católico, sólo podría haberlo sido para un espíritu clarividente ---lo que llamamos profético---en el año 1958.

Fonte: "Revista Verbo" - Volumes 395-396 (2001)

quinta-feira, 10 de novembro de 2011

Reflexión

¿es Dios para nosotros una promesa auténtica y real de vida eterna o bien una ilusión imaginaria contra los males de la vida y contra la muerte que le pone fin?

Si la ciencia suprimiera la muerte, ¿que harían los “creyentes”? ¿Aprovechar un descubrimiento que los privaría para siempre de la visión de Dios, o bien precipitarse en lo desconocido para reunirse con Él?

Si optan por la primera opción, esos “creyentes” confiesan que su anhelo más profundo está en el tiempo y que su “fe en Dios” no es más que una droga para soportar el viaje hacia el paraíso terrenal. Y ese dios se parece mucho al “opio del pueblo” de Marx. Pero si, colmados con todos los bienes terrenos, aún así dicen con San Pablo: “deseo partir y estar con Cristo” (Fil 1, 23), si desean ver a Dios desde el fondo de su ser, frente a frente, entonces estarían demostrando ser verdaderos discípulos de Aquél cuyo reino no es de este mundo.

Parece que lo que empuja a tantos hombres hacia Dios no es la libertad del amor, sino la servidumbre de la muerte; es la brevedad y no la imperfección de la vida terrestre. Muchos rechazan la idea de Dios como un fantasma que envenena la vida y, cuando esa vida se les escapa, se tragan ese vene- no como un remedio. ¿Es el miedo a la muerte el que nos hace gritar hacia Dios o es el llamado de Dios el que nos hace aceptar y desear la muerte? ¿Y si tuviésemos la capacidad de elegir entre la inmortalidad que pretende ofrecer la tecnología y la eternidad, de qué lado se inclinarían nuestros votos?

Fonte: "Seréis como dioses" - Editorial Folia Universitaria - México

terça-feira, 25 de outubro de 2011

Tuer le temps

Étrange duel entre le temps et nous... Vraiment, nous ne sommes pas accordés au temps: nous gémissons sur sa brièveté, et nous faisons n'importe quoi pour en venir à bout; nous le débordons de tout l'infini de nos voeux et de nos rêves et nous n'avons pas assez de réalité pour le remplir; avant qu'il nous tue, que ne faisons-nous pas pour le tuer! Que le même être qui tremble devant la mort ne trouve pas en lui de quoi peupler une heure, cette contradiction est le signe que nous sommes faits, non pour la succession, mais, en tant qu'animaux, pour l'instant nu et, en tant qu'esprits, pour l'éternité. --- Notre perception du temps, avec la prévision et le souvenir --- l'avant et l'après --- est une espèce de synthèse bâtarde de ces deux éléments de notre nature: le flot qui nous emporte, et l'océan immobile qui nous attend. Cette expérience de la durée --- par laquelle nous dominons l'écoulement universel tout en lui restant soumis --- constitue un cadre trop vaste pour notre être sensible et trop étroit pour notre être spirituel. Une partie de nous se perd dans le temps comme dans un désert, l'autre y étouffe comme dans une prision. C'est la capacité d'envisager l'avenir, c'est cette étrange faculté de dépasser l'instantané sans accéder à l'éternel, qui fait naître en nous ces deux sentiments en apparence contradictoires: l'ennui (avec son désir de tuer le temps) et la crainte de la mort (avec son voeu de le prolonger sans fin). Car qu'est-ce qui crée l'ennui sinon l'anticipation sur un avenir vide et qu'est-ce qui fait redouter la mort si ce n'est l'image d'un avenir tronqué?

Le crainte de la mort et bien, comme l'ont répété sans fin les stoïques, un produit de notre imagination: tant qu'on la craint, on est vivant, et quand on et mort, on ne la craint plus! Les stoïques oublient seulement une chose: c'est que l'homme et incapable de vivre dans un pur présent, il vit écartelé entre le passé et le futur. Pour s'abandoner tout entier à l'instant qui passe, il devrait se jeter tout entier dans l'instant qui demeure... Pour retrouver l'innocence de l'animal, il faudrait qu'il remont jusqu'à l'innocence de Dieu. (C. XXIII)

Fonte: "Aux ailes de la lettre" - Éditions du Rocher.

quarta-feira, 14 de setembro de 2011

Con Gustave Thibon, bajo la luz (II- Final)

El destino del hombre

Este incisivo "filósofo campesino" --- com alguiem le bautizó y Thibon acepto gratamente ---, ha ido publicando sus libros sembrados de aforismo. En un pequeño volumen --- "Destin de L'Homme" ---, puede leerse:

No se escapa a Dios. Una sola alternativa: llegar a Dios (por el ascetismo y el amor), o "jugar" a ser Dios. El diablo y sus victimas están ligadas a El, no por el acercamiento vivo como en los santos, sino de una manera servil y muerta, igual que lo está el copista respecto a un texto que transcribe sin comprender... No se escapa a Dios.

Ante la aguda observación que este hombre aplica sobre el mundo, me intriga conocer cuanto optimismo o pesimismo guarda en su espiritu:

Yo no sé realmente si sou optimista o pesimista ante el futuro, porque ello depende del grado que se aborde, depende del nivel del optimismo y del nivel del pesimismo. Según el nivel inferior, el nivel psicológico y social, soy pesimista: temo mucho que lleguemos a la catástrofe. Si por el contrario tomamos el nivel más alto, el nivel divino, el nivel superior, el nivel de la vida eterna, entones yo sí soy realmente optimista, por la sencilla y gran razon de que el bien es infinito, puesto que proviene de Dios, y el mal es limitado, puesto que proviene del hombre, y el hombre es limitado. Por tanto, es el bien el que triunfará al fin; pero, ¿a través de qué pruebas? No sé nada. En cualquier caso, pienso que si el hombre no despliega un gran panorama de libertad, de moralidad, de solidaridad, de justicia, etc., entonces la libertad puede quedar comprometida muy gravemente, y precisamente a causa de los abusos de la libertad, tal como estamos viendo en Occidente. Creo que nos quedaremos privados de libertad, si de ella hacemos mal empleo.

Entoces: ¿pesimista u optimista, eso nada quiere decir, puesto que el mundo es una mezcla del bien y del mal; fue Chesterton el que dijo que ante un mundo donde se mezcla el bien y el mal, el optimista es alguien que, situado ante una botella medio llena y a la vez medio vacía, sonríe porque la botella aún está medio llena; y el pesimista, en cambio, llora, porque la botella está ya medio vacía. Y, sin embargo, es la misma botella. O como decía Bernanos: para ser pesimista u optimista a un nível muy bajo, hace falta ser tonto: el optimista --- decía ---es un imbécil alegre, y el pesimista es un imbécil triste... Por ello yo únicamente creo que, al fin, el bien triunfará.

De todos modos, predecir el porvenir es bien difícil. En otras épocas de la historia, la perspectiva era infinitamente más fácil de hacer, porque únicamente era necesario referirse a otros ejemplos del pasado: pero en el mundo actual poseemos algo desconocido, que jamás ha existido, así como enormes posibilidades que se ofrecen al hombre: el desarrollo económico, y más aún el desarrollo técnico, que permiten al hombre realizar cosas que hasta ahora no le habían sido permitidas. En el pasado, cuando el hombre cometia locuras, la fuerza de las cosas le atrapaba inmediatamente: por ejemplo, no era posible en la Edad Media hacer demasiadas locuras económicas: era necesario viver, habia poco que comer, no se podía hacer el loco indefinidamente...; ¿ que campesino podía permitirse no sembrar o no hacer la recolección? Moría de hambre si no lo hacia..., no podía abandonar los animales o las plantas..., no era posible que hiciera huelgas en la agricultura..., si se hacía una huelga en aquellos tiempos podía uno quedarse sin pan para todo el año... Mientras ahora, en el mundo mecánico, si se hace una huelga, al final de ella vuelven a encontrarse en el mismo sitio las mismas máquinas... El mundo moderno puede entonces permitirse muchas más locuras, y esas locuras pueden ir mucho más lejos cada vez.

Entonces, ¿es que el mundo actual hará disminuir su potencial económico y su potencial técnico? No sabemos nada, por la sencilla razón de que tal potencia jamás ha existido antes en la historia, al menos en la historia que conocemos. Por tanto, estamos ante una enorme, extraordinaria incógnita: por ello, la ausencia de referencias en el pasado, da a las previsiones sobre el porvenir un aspecto extremadamente incierto... Pero, en todo caso, he de decir que se hace necesario un incremento del progreso moral para compensar el progreso técnico. La evolución material de una ciudade pide un suplemento de almas, y ese suplemento de almas no es la técnica quien lo creará: ha de ser el propio hombre, a través de la vida interior. Los optimistas de nivel bajo, piensan que el progreso técnico y económico suscitan automáticamente el progreso moral. Eso no es cierto. No lo suscita, sino que lo exige. Es un poco diferente, ¿no es verdad?

Si no logramos una convergencia entre el progreso moral y el progreso técnico, caeremos bajo el peso del progreso técnico, y la bomba atómica puede destruir a la humanidad cualquier día. La postura de Calígula que decía: "desearía que los seres humanos no tuvieran cabeza" --- en su afán de cortarles el cuello ---, mostraba que el poder de matar en el Imperio Romano era muy limitado. Calígula podía asesinar a una serie de personas entre sus cortesanos, pero no tenía la posibilidad ilimitada del espionaje, del control policíaco, que en siglo XX podemos comprobar. ¿Por qué dura el régimen soviético desde hace tantos años? Porque puede usar de un enorme aparato policíaco, de inmensos medios de propaganda...; todo lo que está ocurriendo en cualquier lugar del país se puede conocer rápidamente... Hoy existen pues, entre nosotros, posibilidades de implantar una fuerte tiranía; es por esto que se hace cada vez más necesario un gran progreso moral.

Verdades de la vida y de la muerte

--- ¿A qué grandes verdades se acoge el hombre de hoy? ¿A qué grandes verdades se acerca y de cuales se aleja nuestra sociedad?

Actualmente se comprueba una gran angustia en esas gigantescas ciudades modernas. Pensemos un segundo en la muerte. En una sociedad rural se está mucho más familiarizado con la muerte: por ejemplo, los ciclos de la naturaleza --- sin que hablemos ahora de religión ---, esos mismos ciclos de la naturaleza demuestran que la vida y la muerte son fenómenos conectados entre si. Uno sabe que va a tener que morir, pero no se "vive" practicamente la muerte en la ciudad; incluso se la intenta suprimir, se la intenta ocultar. Se ha llegado a tal grado, que los hombres olvidan la única perspectiva sobre la cual no hay equivocación posible: que todos y cada uno hemos de morir. Como dice muy bien Pascal: "Ante este problema, los hombres no han encontrado otra solución que la de no pensar en él". Y como dice Bossuet: "se sabe que se morirá pero no se cree en ello". Yo creo que la meditación sobre la muerte es lo más esencial de la filosofía; Sócrates decía que la la filosofia es el aprendizaje de la muerte. Se me dirá que todo esto son ideas tristes; no son ideas tristes, porque si para algunos la muerte es la nada, entonces no es necesario ningún aprendizaje: para caer en la nada no hace falta ningua práctica. Pero para otros, la muerte no está concebida como la nada, sino como el paso a un mundo superior: entonces, tener un aprendizaje de la muerte quiere decir ir aprendiendo los valores que sobrepasan la vida y la muerte y que encontraremos en la eternidad.

Algo similar podría decirse sobre el tema de Dios. En la sociedad actual, que parece estar hecho únicamente para el placer, para el bienestar, en esa sociedad en la que se cree que se va a poder llegar a construir el paraiso terrestre y que todos los hombre políticos así lo prometen, el problema de Dios parece que no se plantea, y existe incuestionablemente una extensión en un cierto ateísmo, no tanto proclamado, pero sí vivido.

La juventud actual

--- ¿Como ve usted a la juventud de hoy?

Existen muchas juventudes como existen muchas clases de vejez. Hay viejos que a los sesenta años están acabaos, y otros que a los ochenta siguen jóvenes: para la juventud es lo mismo: hay hombres que nacen jóvenes y continúan jóvenes, y hay otros que nacen jóvenes pero no continúan: es una cuestión que afecta al estado de alma. Respecto a la juventud en el sentido cronológico, también existe indudablemente una gran variedad: actualmente hay jóvenes con ideas revolucionarias, otros con ideas conservadoras, muchos que quieren transformar la sociedad y muchos que quieren aprovecharse de ella. Sólo puedo hablar de los jóvenes que yo conozco, que vienen a verme o que me escríben: a todos ellos los encuentro mucho más interesados por los problemas profundos, por los problemas religiosos, que a los de la generación precedente. Los temas religiosos los plantean en profundidad, precisamente porque ellos no viven en un ambíente religioso y la religión para ellos no es un fenomeno social: viven rodeados de un clima de ateismo práctico, y plantean los problemas religiosos de modo personal, con enorme agudeza y profundidad: estoy seguro de que actualmente hay yn gran renacimiento religioso en la juventud que, sin embargo, a veces corre el riesgo de desviarse y caer en sectas e "iluminaciones"... Cada vez que publico un libro, muchos jóvenes vienen a verme para hablarme del tema de Dios: del retorno a Dios, de los valores espirituales, del sentido del misterio, etc. Comprueban que el mundo invisible es muchas veces más real que el mundo visible. Ante todo esto, pienso que la Iglesia faltaria gravemente a su deber si no ve que lo que es necesario que diga son palabras que se refieran a la eternidad.

Añadiría cómo está demostrado que, cuando el sujeto --- el hombre ---. desciende hasta lo más hondo, encuentra siempre al objeto. Por ejemplo en el plano de la mística todos los autores misticos de todas las épocas y de todas la religiones, sin conocerse entre sí, viviendo en civilizaciones y culturas completamente diferentes, ante la experiencia de Dios y la experiencia del misterio, siempre han dicho las mismas cosas. Célebres textos de Tao señalan cuestiones similares a las que plantea San Juan de la Cruz, y uno y otro han ignorado su mutua existencia. Esta experiencia es la misma en los enamorados: en el amor humano, los grandes enamorados de todas las épocas han dicho y escrito prácticamente las mismas cosas, siempre a condición de llegar a lo más profundo; muchos ejemplos de ello pueden encontrarse en los griegos, en Dante cuando habla con Beatriz, en Goethe, en Maeterlinck...; es la misma imagen del amor que se encuentra en el interior de todos los hombres.

La desatencion de los hombres

---Finalmente, si tuviera que escoger una característica de nuestra época que revelara aquello que aún le falta al hombre por conseguir, ¿cual elegiría?

A mí me parece que la gran tentación del hombre actual, o mejor dicho, uno de los hechos que se comprueban en el hombre de hoy, es la falta de atención, la desatención. Muy corrientemente, en la vida moderna parece que no hay tiempo de "prestar atención"; únicamente se presta atención a las cuestiones de la vida material..., el hombre está solicitado por mil distracciones, por mil informaciones que le llegan de todas partes... El hombre esta continuamente tentado para "distraerse"; etimológicamente, "distraer", quiere decir "tirar desde fuera" y "tirar de los lados". Habría que decir que toda nuestra virtud estaría en la "atención"; estamos en un mundo de disipación; Emerson lo decía ya: "El único bein está en la "concentración" y el único mal en la "disipación".

La sociedad es la que favorece el egoísmo; pensar en los otros, prestar atención a los otros, parece que se hace extremadamente dificil...; no se tiene tiempo. No hay más que fijarse en esas grandes aglomeraciones, en las comunicaciones, en el "Metro". ¿Cómo prestar atención al prójimo? ¿Cómo descubrir tras un rostro, un alma? Esto es bien dificil en la existencia anónima que vivimos.

En el fondo, es la tentación de la nada, puesto que la desatención es la nada. Se llega a la muerte sin haber vivido, sin haberla contemplado. Se está muerto antes de morir, puesto que la muerte fisica es la continuación de la muerte moral; hay gentes que mueren físicamente y que en ese momento no pierden gran cosa, puesto que ya estaban muertos desde hace tiempo. Tolstoi decia que había muchas gentes que vivian en estado de cadáveres, rodeados de confort. hay muchos que olvidan que ya están muertos, quizá no se olvidan que uno es mortal, pero sí que uno ya está muerto. Y cuando uno olvida que el hombre es mortal, es que ya está realmente muerto.

Gustave Thibon, este hondo filosofo campesino, vuelve a alzar la mirada y sus ojos se arrugan un instante ante esa luz extraña, artificial luz de neón. Al volver a mirarme, esa serenidad suya trae otra luz, una luz interior.

terça-feira, 13 de setembro de 2011

Con Gustave Thibon, bajo la luz (I)

Por José Julio PERLADO

Nunca pensé que tuviera tal estatura. Como un campesino singular --- largas piernas, torso amplio, alta cabeza, tono levemente tostado ---, los ojos de Gustave Thibon se alzan al cielo y en el cielo no hay sol ni luna, sino una luz extraña, luz de capital, tubo fluorescente cruzando el lecho de esta habitación donde hablamos.

Thibon tiene actualmente setenta y tres años. Arruga los ojos ante esa luz de un sol articial y sin nubes, ausente amanecer y atardecer, una luz sin campo ni naturaleza, horizonte de hierro y maderas, arco-iris de cuadros en paredes, bruma de cigarrillos.

Ha venido a Madrid para pronunciar una conferencia en la Fundación General Mediterranee. A sus años, este original pensador de nuestro tiempo, conserva un vicio que alienta en él: andar, caminar, recorrer senderos. Cada dia del año, su paseo se alarga hasta seis, siete, diez kilometros. A veces --- me confiesa --- llega, sin prisas y a buen paso, hasta los veinte. El aire se abre ante su rostro, lo colorea y lo transforma. Mientras tanto, corazon y mente marchan también con latidos y cerebro: es la inteligencia y la sensibilidad avanzando kilometros de historia curvas del pasado, llanuras de libros, y ese "rumiar" de pensamientos vertidos luego en obras.

Y sentados ahora los dos en un rincon confortable de Madrid, he aqui que empezamos a andar, Thibon y yo, al suave paso de ese manso caballo invisible, al que llamamos "dialogo".

Libertad y mundo actual

---¿Qué puede decirme sobre la libertad del hombre en el mundo contemporáneo?

--- Bien. En primer lugar, yo creo que el mundo actual ha perdido a la vez, el ordem y la libertad. Puesto que es el orden auténtico el que asegura la libertad, y la misma libertad reclama un orden para que ella pueda ejercerse: todo esto, por la excelente razón de que, si se establece un desorden absoluto ninguna libertad es posible, la libertad no puede exteriorizarse. Existem, por ejemplo, libertades elementares, como la de desplazarse, pero ante una huelga de ferrocarriles o del servicio aéreo, quedan cortadas. La libertad del hombre no es una libertad absoluta, sino una libertad enmarcada en una orden. Libertad y orden son, pues, dos realidades complementarias, y no opuestas.

Enciende un pitillo, y lo deja reposar en el centro de los labios. Mi interés se centra ahora en el "diagnostico del mundo de hoy" que Thibon guarda en su mente.

--- Diria --- responde Thibon --- que se constata perfectamente por una parte el desorden, y por otra, la anarquia. La anarquia en todos los dominios: anarquia en politica, la anarquia en las costumbres, la anarquia economica, etc. La gran tentación es el totalitarismo: impor el orden, pero mata la libertad. Escomo reemplazar un miembro haciendo una prótesis. Por ello estoy inquieto. Si la libertad no acepta el orden, la disciplina, la solidaridad, terminara tal como acaba un miembro que esta enfermo, por ejemplo, con una gangrena en una pierna, donde lo único remedio llega a ser la amputación; y tras la amputación, la prótesis: sustitución con medidas artificiales. Tal ocurre en la mayoria de los paises del Este.

Por otro lado, la tirania siempre ha aparecido más o menos tras períodos de anarquia. Y por ello, por lo que los revolucionarios deben pensar que, una vez conseguido su propósito, la revolución suele transformarse en la negación misma de los principios que la han inspirado: es decir, por un suplemento de autoridad y por un suplemento de tirania. Esto se ha podido comprobar con los romanos: en cuanto las costumbres se volvieron decadentes, cayó en su destrucción; igualmente, tras la Revolución francesa, la llegada de Napoleón, o ante la descomposición de la República de Weismar que haria mas tarde surir a Hitler, como en la descomposición de la República italiana que luego traeria a Mussolini, o en la descomposición del gobierno zaharista en Rusia, que abriria camino para la aparición de Stalin.

Gustave Thibon alterna sus jornadas con numerosas conferencias por el mundo entero: aire limpio de la naturaleza, y aires compactos de las nubes gigantes.

---¿Cuál es la felicidad en el campo? ¿Como el hombre es feliz en la ciudad?

--- En el primer lugar el hombre es un animal que forma parte del cosmos y que sufre los influjos naturales, y al que incontestablemente, la vida en las grandes ciudades le es necesaria quizá, de ella le es muy difícil evadirse, pero en gran parte constituye una vida antinatural: el hombre en la ciudad no está directamente influido por las estaciones, no contempla la naturaleza, no recibe entonces esa especial sabiduria que la naturaleza inspira... Los hombres de ciudad viven siempre apresurados, quieren ir muy deprisa, quieren resolver todos los problemas de modo extremadamente rápido, quieren recetas para solucionarlo todo...; esto es el aspecto mecánico de la civilización urbana.

Por el contrario, en la naturaleza, se reciben lecciones de paciencia: se siembre el trigo en otoño y se recoge en el verano... Y no hay medio alguno para hacerlo de otra forma. No se puede detener el "procesus". En la ciudad se olvida esa ley, tan bien expresada en el proverbio oriental: "No se puede empujar las hojas tirando desde abajo". Y, desgraciadamente, tampoco se empuja a los hombre tirándolos desde abajo. Además, en las grandes ciudades existe la poluición, la promiscuidade, el apresado almacenamiento de seres..., En fin, hay mil cosas que son perjudiciles y que no son posibles más que en las enormes aglomeraciones.

El rostro de Thibon, su semblante de singular astucia y penetración, se abre ahora en comparaciones y ejemplos: illustraciones de su hondo "sentido común".

--- Yo vivo en um pueblecito --- prosigue --- Bien. Cuando se vive en un pueblecito, se sabe muy bien que la vida en ese pequeño pueblo no es precisamente idílica, aquello no es el paraíso terrestre: existen los celos, los rencores... Conozco a uno de mis vecinos que sabe mucho mejor que yo mis idas y venidas: cuando yo paseo con una mujer, se cuentan mil historias en el pueblo: yo no voy a empezar a discernir sobre mis visitas masculinas o femeninas..., pero muchos no ven jamás las visitas masculinas, sólo espian las femeninas... Porque entre los campesinos, a un hombre que se da un paseo con una mujer ya se le considera extremadamente sospechoso. Se vive, pues, a veces en una atmósfera tal, que incluso se podria llegar a suspirar por ser habitante de una gran ciudad..

Pero, aparte de esto, al menos unos y otros nos conocemos: se habla mal del prójimo quizá, pero a ese prójimo se le conoce; al mismo tiempo, existe una solidaridad, esa solidaridad que es necesaria en las pequeãs comunidades...; los unos a los otros no pueden ignorarse: si um campesino está enfermo, alguien del pueble le auxilia, se mantiene un lazo humano que permanece siempre, que puede respirarse... Y esto hace que ciertos excesos, que tienen lugar en las ciudades, no tengan cabida en un pequeño pueblo: por ejemplo, el "gangsterismo", la prostitución, etc., es la ventaja de las pequeñas comunidades, en contraste con las grandes ciudades dondo los hombres se aprietan y aprisionan unos junto a atros y todo parece estar permitido, porque se hunden en el anonimato. En el campo, no: aún queda esa relación humana, el lazo humano... Creo, por todo esto, que es muy importante "ventilar" el aire de la sociedad: cuando los hombres están excesivamente cerca, excesivamente aprisionados los unos contra otros, no se mejoran. Creo que fue Santo Domingo el que dijo que "el grano aprisionado no se conserva". A no ser, que al grano se le airee.

Amor humano, aborto y divorcio

Juntos hojeamos un antiguo libro suyo, de excelente contenido y de presencia vigente: "Sobre el amor humano".

--- La culpa de que los vínculos del amor humano sean hoy atacados por el divorcio, el aborto, la crisis en algunas familias, la posición de padres e hijos, tiene en gran parte una base en lo que acabo de decir: en ese anonimato de la civilización urbana. Afecta al amor y afecta a la moral: y ello, porque se han corrompido las costumbres.

Fijémonosde nuevo en un pueblecito: actualmente, no posee mayor moralidad que hace años, los hombres no se han ido haciendo mejores, el pecado original lógicamente continúa pesando... Pero sin embrago la moral, en los pueblecitos, no ha atacado a las instituciones, la moral prosigue dentro de las costumbres...; por ejemplo, en mi pequeño pueblo, no existe prácticamente el divorcio. En Saint-Marcel, sólo he conocido un caso de divorcio en cuarenta años. Lo que no quiere decir que los esposos se entiendan perfectamente bien, pero si es un hecho incuestionable que no ha prevalecido el divorcio. Las costumbres prohiben el divorcio. Las sanas costumbres siguen haciendo que exista una continuidade en la sociedad, el divorcio es despreciado; es posible que algunos esposos discutan, se entiendan mal...; pero ello se supera y se soporta bien; se supero, porque hay una regla que se impone sobre el hombre, y esto es muy importante en este medio social.

En otros medios sociales, como el de las grandes urbes, esto parece quedar disuelto y a ello favorece el anonimato de las grandes capitales, donde de la impresión de que se puede hacer lo que se quiera. Y todo ello, plantea un problema casi insoluble: porque la intervención del Estado no puede remediar las debilidades individuales; es lo que decía Cicerón hace ya mil años: "¿Qué pueden las buenas leyes sin las buenas costumbres?" Se prohibe el aborto, por ejemplo: eso no impide que haya miles de casos de aborto en Francia por año... Lo que seria necesario restaurar son las buenas costumbres; las leyes vendrían después. ¡Las leyes pueden ayadar! Prohibiendo el divorcio puede ser que no se facilite demasiado divorciar; es incuestionable que habría personas que no se divorciarian..., pero que si se les proporciona excesivas facilidades si lo harían; en fin, lo esencial, son las costumbres. El Estado, por si mismo, no es un moralizador. El Estado puede ayudar a la moral a través de las instituciones, pero no puede crearla desde el interior. Después de la guerra de 1914, el Estado ha promulgado leyes en favor de la familia, contra el divorcio..., y aún lo ha hecho todo más difícil; después han existido leyes contra el aborto, que no han servido prácticamente para nada: lo que queda realmente es el medio humano, donde las gentes se conocen unas a otras, y donde hay cosas que se pueden hacer y cosas que no se hacen, y es esto lo que ha ido desapareciendo en las grandes concentraciones urbanas. Por ello yo doy una enorme importancia al problema de las costumbres y de su moralidade en nuestro siglo.

Continua . . .

Fonte: Jornal "ABC" - Madri - 5 de dezembro de 1976.
http://hemeroteca.abc.es/

quarta-feira, 7 de setembro de 2011

A desigualdade, factor de harmonia (III - Final)


Desigualdade e Harmonia


Ouçamos uma melodia. Cada nota ocupa lugar diferente na escala dos sons; todos os elementos musicais (até os próprios silêncios) são desiguais entre si, e, sem essa desigualdade, não teríamos melodia. E muito menos, se se suprimisse, entre os seus diversos elementos, aquela espécie de igualdade profunda que resulta da comunhão, da fusão na unidade do mesmo todo: nessa altura, não teríamos mais que um caos de sons.

Ora, esta dupla exigência de igualdade e desigualdade vamos reencontrá-la na escala da sociedade humana. À noção planificada de igualdade, importa substituir a noção profunda de harmonia. A única igualdade, real e desejável, entre os homens, não pode residir nem nas naturezas, nem nas funções; não pode ser senão igualdade de convergência. Assenta sobre a comunhão, e a comunhão não vai sem diferenças: os grãos de areia do deserto são todos idênticos e estranhos uns aos outros...

Em toda a harmonia, a interdependência corrige e coroa a desigualdade: as notas duma melodia ligam-se bem entre si, na unidade do conjunto, que, tomadas separadamente, ficariam sem alma nem função. Assim deveria ser na vida social. Não se dando a rasoira impossível e catastrófica da comunidade de deveres e privilégios, é necessário que exista, entre os homens, e sobretudo entre dirigentes e dirigidos, uma espécie de comunidade de destino. Os verdadeiros chefes são, para o povo, a cabeça, ao mesmo tempo, que dele são distintos e a ele unidos: a cabeça e o corpo vivem, sofrem e morrem juntos... Mas os maus mestres --- ainda que sejam, quase todos, ardentes igualitaristas, e que pretendam, com falsa e lisonjeira humildade, identificar-se com o povo --- são estranhos àqueles que dirigem, não servem de cabeça a ninguém, e toda a sua habilidade consiste em manejar, exteriormente, e para proveito pessoal, os reflexos dum corpo decapitado...

Assim, somos levados a formular a seguinte lei: a instituição é boa na medida em que favorecer esta salutar interdependência entre os membros da hierarquia social. Organizações como o sistema feudal e o sistema corporativo do antigo regime serviam para este fim; e se sucumbiram não foi por vício formal, mas por carência de pessoas. Pelo contrário, é evidente que os mitos sociais que dominaram o século XIX (capitalismo, sufrário universal, funcionarização dos cidadãos, etc.) são insalubres por princípio, poque atomizam os homens. Não é só de alguns retoques, mas de se refazerem, totalmente, que as instituições modernas têm necessidade.

Missão da França Cristã

É para nos causar horror o pensarmos nos abismos de miséria e corrupção que submergiriam os povos se, depois da febre e da hemorragia guerreira, nos encontrássemos colocados num clima moral e político, semelhante àquele que se seguiu à última guerra.

Esgotadas como estão, não é possível que as estruturas sociais de agora resistam, muito tempo, à crise que as abala, e que é obra sua. Não há ninguém que não esteja de acordo em prever e desejar, para breve, a eclosão dum novo mundo. E se esta espectativa for cumulada, podemos estar seguros que o génio e o coração francês para ele haverão de contribuir.

O povo francês possui, com efeito, em grau único, o duplo sentido da igualdade e da desigualdade. Não há outro tão individualista, tão rebelde ao espírito gregário: em França, observam-se, no que diz respeito às funções e precedências sociais, as desigualdades mais numerosas e subtis: somos o povo que apresenta o máximo de "distinção" (no duplo sentido da palavra) e, por consequência, o mínimo de igualdade. Mas somos, também, o povo em que a consciência da igualdade profunda entre os homens, se afirmou, quando saudável, com mais justiça, e quando corrompida, com maiores devastações. Depois do "quem te fez rei?" lançado, por um súbdito, à cara do primeiro dos Capetos, e desse "lodo comum" que Bossuet recordava aos grandes, tivemos, ai de nós! a terrível mística igualitária da Revolução Francesa...

Seguramos as duas pontas da cadeia, a nós pertence unir, em síntese harmoniosa, o espírito de desigualdade e o espírito de igualdade. em vão nos entregaríamos, agora, a antecipações fantasistas, se pretendêssemos o desenho exato da cidade futura. O que se pode prever, com certeza, é que ela não escapará à maré devoradora do materialismo, a não ser que vejamos renascer instituições aparentadas ao corporativismo, na ordem económica, e ao espírito da cavalaria e do sacerdócio, na ordem poítica. Sòmente tais instituições estarão à altura de refrear, eficazmente, o igualitarismo, substituindo à desigualdade material e qunantitativa, uma desigualdade voltada para a qualidade e para o espírito; ou, pelo menos, fazendo da primeira não já valor absoluto, mas, simplesmente, suporte ou instrumento da segunda. E, ao mesmo tempo, tais instituições trabalharão por restabelecer uma saudável igualdade, porque a matéria divide e o espírito unifica.

O nosso ideal rejeita, conjuntamente, tanto o igualitarismo que quer apagar as diferenças sociais, como aquela falsa mentalidade aristocrática que tenderia a endurecê-las em diferenças de essência (seria ridículo que o chefe desse em retorno o amor que lhe dedicam, lá dizia Aristóteles...) O ideal consiste em purificar e organizar as desigualdades, tem em vista uma igualdade mais profunda, ou melhor, em pôr a desigualdade ao serviço da unidade.

Mas que será essa unidade, senão o amor, e que será o amor, senão Deus? Através das desigualdades naturais e sociais, todos os homens sentem, obscuramente, que procedem da mesma origem e concorrem para o mesmo fim. O mau igualitarismo nasce do inteiriçamento egoísta desta intuição, que não é verdadeira senão na linha do amor: como todas as grandes aberrações do home, deriva da recusa da condição de criatura e da ambição de ser como Deus. A verdadeira igualdade é fruto de amor comum; pressupõe, portanto, o esquecimento e o dom de si mesmo. Mas, se cada um não pensar senão em si, se o inferior se congelar na inveja, e o superior no privilégio, que nome daremos à febre de igualdade que surgiu num mundo desses? Não é, então, mais que um pretexto ou estandarte nesta luta, tão antiga como o pecado, entre os pequenos deuses famintos que consideram injustiça absoluta, mas reparável, toda a limitação à sua vontade de gozo e de poder, que cada um quer possuir, só para si e em totalidade. É, de facto, uma lei fatal: os homens que se afastam do amor comum estão condenados ao ódio recíproco. E o espírito de igualdade procede, necessàriamente, de uma ou outra destas duas origens. Assim, não há estrutura social sólida sem ambiência religiosa. Só há um amor que é capaz de aproximar, eficazmente, os homens: o amor supremo. E todos os mitos, em nome dos quais se pretenderam unir os homens, com exclusão de Deus, multiplicaram a separação e a anarquia. Quem não ajunta comigo, dispersa...

A França não reencontrará a sua missão senão reencontrando o seu Deus. Ignorando esse Deus, a Revolução de 1789 o que fez foi desviar para o nada a grande idéia cristã de igualdade; o mundo espera, agora, uma revolução francesa cristã.

O igualitarismo ateu é maligno porque não tem outra saída, senão ir roendo, até ao nada, as diferenças humanas. Mas o igualitarismo cristão é saudável porque fundado sobre o ultrapassar, e não sobre o extinguir destas diferenças: prolonga-se até à sua origem e fins comuns, que são o amor eterno. E é assim que se realiza, na unidade deste amor, a síntese de igualdade e desigualdade.

Fonte: "Diagnósticos, Tratado de Fisiologia Social" - Livraria Cruz, Braga - 1962

segunda-feira, 5 de setembro de 2011

A desigualdade, factor de harmonia (II)


Desigualdade orgânica e desigualdade anárquica


Não sei se o último soberano de Bizâncio, Constantino Dragases, que encontrou a morte nas muralhas da sua cidade, depois duma defesa heróica, seria entre os inumeráveis habitantes do Império, o mais digno do poder supremo; não sei, também, se o proprietário mais rico da minha aldeia, que trabalha, e faz trabalhar numerosos operários, "merece", de maneira especial, a sua riqueza. Mas sei, muito bem, que nem um nem outro gozam de privilégios artificiais: vejo-os no seu lugar, servindo para alguma coisa: o primeiro fazia o ofício de rei, o segundo o ofício de rico. Mas, se pelo contrário, penso em tal monarca moderno, que abandona o seu povo, depois de o ter exortado a lutar até à última gosta de sangue, ou em tal "felizardo" que ganhou a lotaria nacional, atolando-se no luxo e em prazeres imbecis, tenho a impressão muito nítida, de que estes dois homens foram objectos de um favor absurdo do destino; porque não estão no seu lugar, não servem para nada, não cumprem nenhuma obrigação...

Compreende-se: a desigualdade de situações e privilégios torna-se fictícia e injusta na medida em que já não corresponde à desigualdade das "missões", dos cargos e das responsabilidades. O rei que "deixe cair" o seu povo, e resida no estrangeiro, em palácios e casinos, onde a vida é fácil, é mau rei; o rico que não resgata a fortuna, quer por meio de iniciativas e benefícios, quer por meio daquela distinção e altura de sentimentos que a ociosidade por vezes favorece, é mau rico. Quando, não sei que senhor medieval, para explicar a diferença entre o nobre e o rústico, que, colocados ambos entre a morte e a vergonha, o rústico optaria pela vida e o nobre pela morte, definia, sumàriamente, o princípio da boa desigualdade: o risco ao lado do privilégio, o risco a equilibrar o privilégio... Infelizmente, a inclinação natural do egoísmo humano procura os privilégios sem riscos nem encargos. O que quer é subir, não como seria legítimo, para mais fàcilmente se dar, e se comprometer; mas para se safar com mais facilidade, para escapar a sarilhos.

Paradoxalmente, combina-se a sede de trepar, e o desejo de estar abrigado: quer-se estar tanto mais seguro, quanto mais alto, o que, precisamente, é absurdo. E as desigualdades, criadas por este estado de espírito, são anárquicas, por essência; como o prazer sexual, separado da função procriadora, não possuem nenhuma espécie de finalidade colectiva; assemelham-se a corpos estranhos no organismo social.

Este culto de falsa desigualdade, da ascensão sem mérito nem sacrifício, caminha, necessàriamente, a par com o culto do dinheiro. Na sociedade bem ordenada, a sorte pessoal dos chefes e dos poderosos está ligada à dos homens por eles governados, ou à dos bens por eles possuídos; o príncipe forma corpo com o seu povo, o senhor com a sua terra; a felicidade e a segurança destes homens dependem, em grande parte, da realização do seu dever social. O rico, pelo contrário, (enquanto possuidor de moeda anónima) não está solidarizado com nenhuma função precisa da cidade: seja qual for a sua abdicação ou a sua demisão dos deveres sociais, gozará em toda a parte, dos mesmos privilégios e da mesma segurança. Lembremo-nos dos reis exilados, dos financeiros cosmopolitas, ou até dos pequenos egoístas que vivem dos rendimentos...

A desigualdade artificial consiste, pois, antes de mais, na desigualdade financeira, sem base nem correctivo funcionais. A sociedade prova que está enferma na medida em que tende a fundamentar a hierarquia sobre a diferença morta das fortunas, em detrimento da diferença viva das funções. Esta tendência foi, como se sabe, o estigma indelével da sociedade capitalista...

Estas observações aplicam-se, não só a essa sociedade capitalista, mas também, à sociedade estatal: o funcionário, pago com a largueza e sem verdadeiras responsabilidades, goza de privilégios absolutamente tão artificiais como o proprietário de capitais anónimos. Ajuntemos, ainda, que os beneficiados pela falsa igualdade não são, necessàriamente, os que ocupam graus mais elevados da hierarquia social: sucede, assim, que quem lucra com a desarmonia colectiva são os "proletários".

Resumindo: para que a desigualdade seja legítima, não é necessário que se conforme pela diferença de valor pessoal, (o ideal, the right man in the right place, apresenta-se como uma assíntota...); basta que cada um exerça uma função orgânica que sirva o melhor possível, no seu lugar, o bem colectivo.

Origem de falsos igualitarismos

Permita-se-nos, agora, breve digressão psicológica pelas raízes deste terrível instinto de igualdade que perturba as sociedades.

O primeiro reflexo de igualitarismo este grito: "Porque não hei-de ser eu?" De que estado de alma brota o protesto? Tomemos um homem qualquer, que inveja a sorte de algum grande personagem e que diz: quem me dera no lugar dele! De que tem ele inveja neste destino superior? Será dos encargos, dos riscos, e até da austera alegria de servir? A maior parte das vezes, nem sequer pensa nisso... Ou serão, antes, o prestígio, a fortuna e todas as possibilidades de prazer e de repouso, que fazem corpo, no seu pensamento, com a situação da personagem invejada? A resposta é facílima... O instinto igualitário tem as mesmas origens que o instinto hedonista, é sinal da mesma decadência.

Com efeito, o hedonismo nasce do processo de desagregação afectiva, pela qual a sede de felicidade, natural a todos os homens, se separa da sede de agir, de se dar, de lutar, do arranque para a virtude, no sentido etimológico e mais amplo da palavra. No homem equilibrado, estes dois instintos encontram-se estreitamente ligados; a felicidade é coroa do esforço e do dom, e cresce em função da perfeição adquirida. O decadente, pelo contrário, não associa a ideia de felicidade à de perfeição e de ascensão; não conhece outra perfeição além do gozo e da segurança: Deus, para ele, não é pureza, mas felicidade e repouso. Assim, por pouco que se sinta inferiorizado na sua situação social, torna-se espontâneamente, igualitarista: nesta ordem de felicidade material e da recusa de servir, a única que existe para ele, diante dos privilégios sem missão, dos privilégios que permitem a demissão, o último dos homens pode, legitimamente, ambicionar os mais altos lugares. Diante do dinheiro, sobretudo: todos se sentem dignos de serem eleitos desta divindade anónima, todos se sentem capazes, enfim, de gozar e nada fazer! Não é aliás, por mero acaso que as épocas em que a primazia social é transferida para o dinheiro, sejam, também, aquelas em que lavra a pior febre igualitarista.

Mas estes operários que têm ciúmes da vida fácil do indolente frequentador de palácios, o velho camponês que a necessidade obriga ainda, para seu bem, a inclinar-se sobre a terra, e a quem a vazia ociosidade do vizinho aposentado, causa inveja, todos estes corações crispados num "porque não hei-de ser eu?" corrosivo, que invejam eles, na realidade, aos seus irmãos "privilegiados"? Por estranho que pareça, ambicionam o seu próprio nada! Dirigido para o privilégio sem deveres, para o pecado (porque a recusa de servir é a própria definição de pecado), o desejo de igualdade, torna-se o desejo do nada, vertigem de auto-degradação e de morte. Aqui residem o segredo e a lógica do "comunismo". Só há duas coisas absolutamente comuns a todos os homens: o nada original, o Deus que os criou. Se forem tão fracos, ou tão pecadores, que não consigam unir-se no culto de Deus, tenderão, sem remissão, para comungar neste nada. Mas não é ao nada, puro e simples, que vai dar o igualitarismo: o homem e a sociedade têm vida rija. Pecado capital contra a harmonia --- a qual não é mais que uma engrenagem de desigualdades, fundadas nas funções e deveres --- o igualitarismo gera o caos, ou, para dizer doutra maneira, substitui, no jogo das desigualdades orgânicas, um matagal de desigualdades, absurdas e esfomeadas, fruto da intriga e do acaso: de tudo o que há de menos humano no homem. É evidente, por exemplo, no dizer das testemunhas mais autorizadas, que o "comunismo" soviético, fundado, por direito, sobre a mais rígida igualdade, deu origem, de facto, às desigualdades mais revoltantes que a história jamais conheceu.

Continua . . .

domingo, 4 de setembro de 2011

A desigualdade, factor de harmonia (I)

A febre igualitária é um dos males mais profundos e mais graves da nossa época. Confessada, ou disfarçada, perturba, em todos os domínios, o equilíbrio da humanidade, e faz que embatam, entre si, numa competição sem saída, os indivíduos, as classes sociais e as nações. Por fim, chega-se a que qualquer um ache insuportável não ser igual a quem quer que seja, no que quer que for. O aventureiro aspira ao poder supremo; o "proletariado" pretende varrer as classes dominantes. Evidentemente, inventaram-se, para justificar esta doença vergonhosa, vocábulos cheios de grandeza: o pobre ataca o rico em nome do "direito à existência"; o tarado fisiológico que quer casar, desprezando todas as obrigações sociais, opõe, à sentença, o "direito ao amor". Mas todas estas palavras solenes não servem senão para tornar mais repugnantes a egoísta realidade que disfarçam.

Contudo, como todas as aberrações humanas, também estas aspirações insensatas têm algum fundamento no real. O igualitarismo --- considero esta definição capital --- representa a caricatura e a corrupção do sentido de harmonia e da unidade sociais. Portanto, qualquer crítica séria do igualitarismo implica um estudo preciso das condições desta harmonia e desta unidade. Não se consegue definir a doença, senão em função da saúde.

As desigualdades naturais e as desigualdades sociais

Se os homens são todos iguais, enquanto homens, encarnam, contudo, se assim me posso exprimir, em graus diversos, a essência humana. Basta comparar, entre si, indivíduos, povos, e raças, para verificar uma multidão quase infinita de desigualdades naturais. Os homens nascem desiguais, na saúde, na força física, na inteligência, na vontade, no amor, etc. Desigualdades que apresentam o carácter de necessidade absoluta: impossível escapar-lhes, ou remediá-las; e se são mal, são males incuráveis. Assim todos os espíritos sãos as admitem, não sòmente de facto, mas de direito.

A par destas desigualdades naturais entre os homens, observa-se a desigualdade nas funções e nos previlégios, inerentes à hierarquia social. Nem todos os homens têm a mesma categoria na cidade, pois nem todos são igualmente poderosos ou igualmente ricos... E aqui, impõe-se-nos uma observação fundamental: estas desigualdades sociais não estão decalcadas sobre as desigualdades naturais. É mesmo raro que os seres mais dotados pela natureza sejam os detentores do poder e da fortuna. Esta separação entre dons naturais e missão social, exprime-a muito bem a Escritura: "Vi além disso, que, debaixo do sol, a corrida não é ganha pelos ágeis, nem a guerra pelos valentes, nem o pão pelos sensatos, nem a riqueza pelos inteligentes, nem o favor pelos sábios, porque tudo depende, para eles, de tempo e circunstâncias". [Eclesiastes 9: 11 - No texto original, em francês, Thibon utiliza a Bíblia "Louis Segond, 1910"]

É fácil de ver que tal margem de contingência entre as capacidades naturais do homem e a sua posição social, inspirasse dúvidas sérias acerca da legitimidade de certas desigualdades. Que, entre dois homens, um seja forte e outro fraco, um inteligente e o outro estúpido, ninguém pode nada em contra. Mas que um seja príncipe e o outro plebeu, um rico e o outro miserável, instintivamente sentimos que tal diferença nada tem de fatal, e que, em muitos casos, a relação poder-se-ia revirar sem prejuízo. E assim, nova questão se levanta.

Problema da desigualdade artificial

Os espíritos simplistas têm tendência a considerar as desigualdades sociais como artificiais. A questão está em entender-se sobre o sentido desta última palavra. Se, por ela, se quer dizer que as diferenças sociais não se impõem, com aquele peso de necessidade primária e directa que caracteriza as diferenças naturais, e que são, em parte, obra do homem, como uma casa, um poema, um campo cultivado, etc., estamos de acordo. Mas, se artificial pretende significar fictício, irreal, e, por conseguinte, ilegítimo e digno de ser destruído, então, mais devagar. Porque a natureza humana implica a vida em sociedade, e a vida em sociedade é hierarquia e suas diferenças. O artificial das desigualdades sociais é natural em segundo grau: é produto espontâneo da natureza de um ser que é feito para criar e organizar.

Certamente, poderá retorquir o igualitarista. Mas o que eu denuncio como artificial não é o princípio das desigualdades sociais; é o facto de estas desigualdades repousarem, tão escassamente, em diferenças naturais. O que é injusto, e que é preciso destruir, é o estado social em que se observa tal divórcio entre as capacidades dos homens, por um lado, e a sua missão e privilégios, por outro.

O argumento não colhe. A diferença de situação social ou de fortuna, entre dois homens, não merece condenação pelo simples facto de não se apoiar numa desigualdade natural. Qualquer cidadão, bem dotado, pode sempre dizer, de si para si, com justiça, diante das faltas de tal monarca ou de tal financeiro: Porque não eu? Usaria melhor o poder ou a fortuna, do que aquele homem. Mas a resposta é fácil: que meio tem você para se apoderar deste poder ou desta fortuna? Já tem a receita infalível, capaz de levar, "automaticamente", os mais dignos ao cume da escala social? Se tem, então, as reinvidicações são legítimas... Rousseau assinalando, não sem razão, no Contrato Social, as falhas da hereditariedade, ajuntava que a democracia electiva confiaria o poder, quase que por necessidade, ao escol da nação. Mas ai! Basta olhar para os novos senhores que nos outorgou, desde há mais de um século, o sistema eleitoral, do qual se esperava a idade de oiro, para sabermos que o fosso entre as desigualdades humanas e as sociais não tende a diminuir. Os acasos do struggle for life revelaram-se mais desastrados ainda, do que os do sistema hereditário...

Seria, certamente, para desejar que a hierarquia social estivesse baseada na hierarquia natural. Mas, tal harmonia representa um ideal para o qual a boa sociedade deve tender incessantemente, sem esperar jamais realizá-lo plenamente. Se bastasse, para rejeitar qualquer sistema social, verificar que ele não trazia, forçosamente, os melhores para os primeiros lugares, todas as formas de sociedade deveriam ser eliminadas em bloco...

Contudo, ainda fica que os diversos sistemas sociais são desigualmente imperfeitos; e, feita justiça aos exageros igualitários, é certo que ainda temos muita artificialidade, no mau sentido da palavra, nas desigualdades sociais. E o problema ricocheteia, outra vez: que é uma desigualdade artificial?

Continua . . .

Fonte: "Diagnósticos, Tratado de Fisiologia Social" - Livraria Cruz, Braga - 1962

sábado, 13 de agosto de 2011

Apprendre et comprendre

Voici des hommes qui enseignent. Ils ne cherchent pas à deviner à quelles pensées, à quels sentiments peuvent correspondre, dans l'esprit de leurs disciples, les mots et les formules dont ils se servent; non, ils s'écoutent, ils ne parlent que pour eux-mêmes. Un tel "enseignement" ne peut être qu'un soliloque de l'éducateur, accompagné tout au plus d'un enregistrement automatique de la part du disciple.

L'enseignement vrai doit être pourtant un dialogue, et la première condition d'un dialogue, c'est de parler à l'autre et pour l'autre. Loin d'être une table rase à la manière d'un disque phonographique, l'espreit du disciple possède déjà un capital innombrable de sensations et d'idées, et la nouvelle richesse que lui apporte l'educateur n'aura de valeur pour lui que si elle vient s'ajouter à ce capital préexistant. Enseigner, c'est continuer: le maître ne peut pas faire de don efficace s'il ne tient pas compte de ce que le disciple posséde déjà; son oeuvre se borne alors à égarer l'esprit de celui-ci sur une multitude de routes dont aucune n'aboutit à rien, parce que, au lieu de s'ajouter l'une à l'autre, elles partent toutes de zéro.

Le problème de l'enseignement se raméne ainsi au problème de l'adaptation d'un savoir nouveau à un savoir antérieur: d'où, parallèlement au soin d'amasser pierre sur pierre, la nécessite constante de vérifier les fondements et de veiller sur les matériaux de liaison. Dans la construction éducative, c'est toujours le ciment qui manque le plus! Les pierres peuvent être belles et nombreuses, l'édifice n'en reste pas moins privé d'unité et terriblement fragile: c'est l'instruction sans la culture (j'appelle culture ce souffle impondérable de sagesse vivante qui relie et organise les données de l'instruction comme fait l'âme au corps). Édouard Herriot a, je crois, défini la culture comme "ce qui reste après qu'on a tout oublié", mais on pourrait l'appeler tout aussi bien "ce qui manque après qu'on a tout appris".

Fonte: "Retour au réel" - H. Lardanchet, 1943

sábado, 6 de agosto de 2011

Inconscience

Il semble que les poisons du diable aient décomposé non plus seulement la volonté, mais la substance des hommes... Quelle déconcertante naïveté, quel "bon-garçonisme" subsistaient dans les plus corrompus! Je songe à cet épisode extraordinaire tiré d'un évangile apocryphe: Jésus rencontrant un homme qui travaillait le jour du sabbat lui dit: "Si tu sais ce que tu fais, tu es sauvé, mais si tu ne le sais pas, tu es condamné." Tant que l'homme sait qu'il pèche et s'ágare, quelque chose en lui reste accessible á la verité: Dieu peut encore le saisir. Aujourd'hui, l'homme échappe de plus en plus au conflit intérieur, au déchirement, au remords. L'inconscience lui tient lieu de bonne conscience. Et, quoiqu'en dise saint Augustin. Celui qui nous a créés sans nous devra aussi nous sauver sans nous... (C.V. - 28.10.35)

Fonte: "Parodies et mirages ou la décadence d'un monde chrétien"
Éditions du Rocher, 2011

terça-feira, 26 de julho de 2011

O Um e o único

A unidade não é a confusão; a ruptura dos limites não arrasta consigo a abolição das diferenças. Tudo será distinto na eternidade, mas nada será separado. Eu serei eu mais profundamente que neste mundo, e tu serás tu; cada um será ele próprio, e todos juntos só farão um. Porque o Um não anula o único: fixa para sempre os traços irredutíveis dele e o retorno à unidade será a afirmação da diferença.

Porque a distinção e a unidade procedem do mesmo princípio (a Ideia, na linguagem de Platão, e a Forma na de Aristóteles) que confere a cada ser a sua diferença específica e individual, bem como a sua capacidade de comunhão. Estes dois atributos são inseparáveis: quanto mais a diferença se afirma, mais a capacidade de comunhão se alarga. Se seguirmos a escala que vai do mineral ao homem, veremos os seres tornarem-se cada vez mais originais e insubstituíveis e, correlativamente, mais susceptíveis de relação com o resto do mundo. No grau ínfimo, não há diferenças nem relações entre dois graõs de areia. No mais elevado, os seres diferenciam-se muito, mas estão abertos a tudo o que os cerca, pelo conhecimento e pelo amor. No vértice, Deus é ao mesmo tempo o mais distinto e o menos separado dos seres: a nada se assemelha (quis similis Deo?) e está em toda a parte.

A matéria, ao contrário, é o princípio da confusão e da separação. O seu carácter amorfo e indeterminado faz com que ela se possa dividir até ao infinito e que todas as suas partes sejam homogêneas.

Quereis exemplos? Duas pessoas que se amam são irredutíveis uma à outra e, ao mesmo tempo, inseparáveis no seu amor, ao passo que duas máquinas fabricadas em série são perfeitamente semelhantes e perfeitamente separadas: a sua diferença é puramente espacial e numérica. Comparai dois amantes unidos e dois automóveis do mesmo tipo: naqueles, a comunhão na diferença; nos últimos, a separação na identidade. Nada do que é complementar (isto é, feito para as unidades) é permutável e tudo o que não é permutável é necessariamente separado.

É infelizmente para a segunda fórmula --- a do indivíduo separado e impermutável --- que parece orientar-se a evolução das sociedades humanas. O nivelamento universal, anulando as diferenças entre os homens, anula também a verdadeira unidade social, mas cria, ao mesmo tempo, dado que a morte é infinitamente mais dócil e maleável que a vida, mil possibilidades de unidade fictícia, rápida e transformável; a que impõe a homens esvaziados de alma e de liberdade o jugo da força brutal, ou a influência apenas mais subtil da propaganda.

Fonte: "O olhar que se esquiva à luz" - Livraria Figueirinhas - Porto, 1957

quarta-feira, 13 de julho de 2011

La sagesse et la grâce

La sagesse suffit à me persuader de mon néant. Mais la grâce seule peut me donner la force d'agir, sachant que je ne suis rien, avec autant d'énergie que si j'avais l'illusion d'être quelque chose. Après avoir expulsé l'orgueil et tous ses mirages, elle le remplace par une présence sacrée --- la sienne --- qui nous rend en eau du ciel et de source tout le contenu de la citerne vidée. Car le sage est vide de lui-même, mais le saint est plein de Dieu.

Oui, la sagesse humaine suffit à nous vider de nous-mêmes et, dans ce sens, les stöiques ne nous trompent pas: la froide contemplation du point infinitésimal que j'occupe dans l'espace et dans le temps, le parallèle impartial entre ma personne et ces millions d'êtres humains qui, avant moi, sont nés par hasard et sont morts en vain, le retour lucide sur mon passé où de si brefs intervalles séparent la flamme de la cendre et la conception de l'avortement --- tout cela --- qui ne dépend que de la direction et de la loyauté de mon regard, c'est-à-dire de moi-même --- est plus que suffisant pour me vider de ce sang impur qui nourrit "l'orgueil de la vie". La grâce provoque la même hémorrragie. mais elle opère em même temps une transfusion de sang divin: {jam non ego vivo, Christus in me vivit}. --- Et là je ne peux que recevoir passivement. Pour saisir concrètement la différence, comparons l'humilité exsangue d'un Marc Aurèle qui repose sur la conviction philosophique du néant de tout ce qui passe et l'humilité brûlante et radieuse d'un François d' Assise ou d'un Jean de la Croix qu'alimente le don gratuit d'une vie surnaturelle.

Le danger pour les chrétiens --- et Gide l'a perçu clairement en analysant l'état d'âme de ses amis convertis --- c'est que l'hémorragie humaine et la transfusion divine soient l'une et l'autre incomplètes, de sorte que le mélange de l'ancien et du nouveau sang confère aux passion du vieil homme une espèce de justification surnaturelle qui les fait sortir de leurs orbites. Là où la grâce n'a pu éliminer le moi, elle le dilate sans mesure. Il n'y a qu'un pas entre cette constatation vraie: Dieu habite en moi, et cette prétention délirante: tout ce qui est en moi est divin. Et par-là, le saint manqué se situe très au-dessus du stöicien réussi. D'où il faut conclure --- sauf peut-être pour les âmes naturellement très pures --- à la nécessité d'une alliance entre la sagesse et la grâce.

Fonte: L'ignorance étoilée - Fayard

segunda-feira, 4 de julho de 2011

Fidelidade e traição

É um facto de experiência corrente que os contratos, os juramentos, os votos mais solenes, são em regra aqueles que menos se respeitam (refiro-me ao respeito interior e não ao comportamento social que se limita a "salvar as aparências da fidelidade"). Eu noto aí, antes um encadeamento lógico do que uma ocasião de escândalo. Não se fazem promessas senão na medida em que nos sentimos mais ou menos exteriores àquilo que se promete --- razão esta por que traímos tantas vezes!

Quando dois seres estão intimamente unidos um ao outro, não têm necessidade de jurar fidelidade mútua, porque esta se confunde com a sua existência. Pode conceber-se alguma coisa de mais ridículo do que uma mãe jurar a seu filho que o há-de amar sempre?

O voto e o juramento, por isso mesmo que fazem apelo a um princípio exterior à comunhão e ao amor, contêm já um gérmen de traição. O homem quanto mais necessidade tem de se apoiar numa promessa, tanto mais se sente inclinado para a renegar. Empenha o futuro com os lábios, porque não leva a eternidade no coração.

Fonte: "O olhar que se esquiva à luz" - Livraria Figueirinhas - Porto, 1957

quinta-feira, 9 de junho de 2011

Perfeição do estilo

Dar à evidência o encanto do imprevisto, apresentar a necessidade sob a forma de um encontro fortuito, dum acaso feliz.

Fonte: "O olhar que se esquiva à luz" - Livraria Figueirinas - Porto, 1957

sábado, 4 de junho de 2011

A informação contra a cultura

Para baixar o texto clique aqui.

quarta-feira, 1 de junho de 2011

La crisis moderna del amor

Para baixar o livro clique aqui.

sexta-feira, 6 de maio de 2011

O elitismo às avessas

Quando me fazem perguntas sobre a promoção social e respondo que ela deve consistir na selecção dos melhores, logo me acusam de "elitista".

O termo é recente e implica uma cambiante pejorativa: espírito e orgulho de casta, desprezo dos humildes, etc.

Redescubramos o sentido das palavras. Elite (de escolhido, eleito), segundo o dicionário, designa "o que há de melhor" nas coisas e nos seres. Assim, os grandes vinhos de Bordéus fazem parte da elite dos vinhos, os famosos "verdes" de Saint Etienne representam a elite dos jogadores de futebol, etc.

Uma vez que concordamos nisto, não é normal preferir e privilegiar o melhor? Será que, para evitar o elitismo, sou obrigado a achar tão saboroso o frango criado com hormonas em aviário como o frango criado no campo? E não é justo que, na sociedade, os melhores lugares sejam para aqueles que se distinguem pelos seus talentos e pela sua actividade e que prestam assim os melhores serviços à comunidade? Não é verdade que os exames escolares, a qualidade do trabalho e a competição profissional actuam nesse sentido? E como não pode existir sociedade sem hierarquia, não é desejável que essa hierarquia assente na selecção e na promoção dos melhores? Para dar o exemplo de casos extremos, seria elitismo suspeito recusar um posto de professor a um analfabeto ou a carta de condução a um cego?

O que me inquieta hoje é o desenvolvimento cada vez mais difundido de um novo elitismo, um elitismo às avessas, resultante de uma falsa noção de igualdade e de uma sentimentalidade transviada, que se manifesta pela preferência dada aos inadaptados, aos inúteis, aos parasitas e, até, aos malfeitores.

Vejamos alguns exemplos desta inversão de valores.

Conheço professores que afirmam que os maus alunos são mais interessantes que os alunos dotados e que recusam energicamente os velhos critérios de selecção: notas, classificações, exames, etc.

Não é verdade que a segurança social --- da qual não contesto o principio humanitário, mas o modo de funcionamento em que florescem o anonimato e a irresponsabilidade --- favorece mais frequentemente os preguiçosos e os trapaceiros em detrimento dos trabalhadores que, fiéis ao seu dever, não sentem necessidade de transformar o menor incómodo de saúde em repouso imerecido e em tratamentos supérfluos?

A inflação vai roendo, em cada dia, os rendimentos e as economias dos produtores. Mas permite aos especuladores realizar lucros enormes sem realizar qualquer trabalho útil, pelo simples jogo das divisas monetárias.

Os malfeitores e os criminosos inspiram maior comiseração que as suas vítimas, uma vez que a sociedade é declarada a priori a grande, senão a única culpada. Já me referi ao caso de uma prisão moderna instalada na Córsega, onde, exceptuada a residência forçada, os detidos gozam de um conforto e de um luxo (praia privativa, centenas de hectares de parque, etc. ) com que a maior parte das pessoas honestas não pode sequer sonhar...

E porque não falar também da atenção e publicidade privilegiadas de que beneficiam os marginais de toda a espécie: "hippies", prostitutas, tarados sexuais, etc.? E do êxito das publicacões e dos espectáculos que abundam nessa linha? Como se, por uma estranha perversão do paladar, a sociedade se tivesse tornado mais gulosa do que a envenena que do que a alimenta...

Termino a série destes exemplos com uma anedota saborosa. Numa universidade estrangeira, cujo nome não cito, dois professores de competência mais ou menos igual apresentam-se à escolha das autoridades académicas como candidatos a uma cátedra. Um deles é um homem perfeitamente equilibrado, o outro um grande nevrótico, titular dos vários diplomas exigidos e também de algumas depressões que comprometeram a sua docência anterior. A cátedra é atribuída ao segundo, com a justificação de que a sua natureza frágil não suportaria a provação da recusa, ao passo que o primeiro é uma pessoa solidamente estruturada para aceitar o revés sem problemas. Compreendo que haja compaixão para com um infeliz. Mas não compreendo a cruel inconsciência em relação ao seu colega, eliminado por causa da sua própria superioridade, e em relação às centenas de alunos que sofrerão mais tarde as consequências de uma escolha desumana por excesso de humanidade.

Assim se afasta a elite fundada sobre o valor para se instalar uma contra-elite: a da escumalha e do rebotalho. Se se continuar a avançar por este caminho, bastará ser superior ou simplesmente normal para merecer a indiferença, se não a suspeita e o desfavor...

Entendam-me bem: não nego que os mais fracos devem ser não só protegidos contra os abusos dos mais fortes mas também ajudados por estes; afirmo simplesmente que não devim ser preferidos e privilegiados como tais; afirmo que a incapacidade e, com maior razão, o parasitismo e as malfeitorias não devem dar direito a tratamento de favor. Ajudem-se os deserdados, reeduquem-se os anormais, mas que as suas falhas e as suas taras não se tornem meios de chantagem e motivos de promoção.

Também sei que é difícil conservar o equilíbrio, mesmo nas sociedades mais sãs, entre os direitos do mais forte (e tomo esta palavra no seu sentido mais elevado: força da inteligência e da vontade, capacidade de acção, etc.) e o dever de socorrer os mais fracos e os transviados --- entre a lei da selva que elimina implacavelmente os inadaptados e um humanitarismo deliquescente que consagra e incentiva a incompetência e o vício. Mas nem por isso deixa de ser verdade que --- e esse é um dos perigos do nosso liberalismo dito "avançado" --- se continuar a generalizar-se esse deslocamento da elite de cima para baixo, é toda a sociedade a correr o risco de se afundar sob o peso desta promoção às avessas que é a promoção dos inúteis e dos parasitas.

Fonte: "viriatos.blogspot.com"
Original em francês:
oequilibrioeaharmonia.blogspot.com/2009/11/lelitisme-renverse.html

quarta-feira, 4 de maio de 2011

Conhecer a vida

"Vós não conheceis a vida": é a censura corrente que os homens de acção e de experiência dirigem aos homens de estudos e de espiritualidade. E, certamente, há uma certa razão para denunciar o erro dos sistemas de ensino e de educação que repousam sobre uma iniciação puramente teórica e livresca, que não tem em consideração o contacto directo e pessoal com os seres e as coisas. Mas o erro oposto existe também, e acontece que a experiência material mais audaciosa apenas nos dá sobre a verdadeira realidade da vida um saber abstracto e desincarnado.

"Conhecer a vida..." que é que isso significa? Os acontecimentos da vida têm o sentido que nós lhes damos: dependem da nossa interpretação criadora. Desde que as necessidades alimentares ficam satisfeitas, as coisas e os factos não passam de sinais espirituais, de instrumento do nosso pecado ou do nosso amor. A necessidade de comer é um facto. Mas por que é que o sibarita muitas vezes come quando já não tem fome e o asceta recusa a comida mesmo tendo-a? A polaridade sexual é outro facto. Mas nós podemos aceitá-la como um prazer ou repeli-la como uma escravização, desfigurá-la pelo deboche ou transfigurá-la pelo amor. Os factos são materiais plásticos que recebem a sua forma do nosso acolhimento interior, oferecem-se-nos, como os sons se oferecem aos músicos, mas a chave da harmonia está na nossa alma; aos apelos que nos ferem, responderemos por um eco em que vai o acento da nossa própria vida. O que se chama experiência é o reencontro do mundo exterior, que fornece a matéria, com o mundo interior, que cria a forma e o sentido. A massa vem-nos de fora, mas é o fermento, que tiramos de nós próprios, que faz dela um alimento mais ou menos nutritivo --- ou um veneno.

"O odor das flores não sopra contra o vento, mas sopra o perfume da virtude". Este texto hindu exprime admiràvelmente o que no homem há de indeterminado e de criador em relação às forças cósmicas e aos acontecimentos. O espírito não depende da direcção do vento: sopra donde quer. Foi Adão que deu um nome, e, por conseguinte, um sentido, aos seres e às coisas.

Medimos assim a fraqueza e a miopia dos métodos de educação fundados apenas sobre a experiência dos factos. Em psicologia, não há factos virgens, mas sòmente factos fecundados. Daqui a necessidade de vigiar sobre o elemento fecundante, isto é, sobre o espírito e a liberdade, ao menos, tanto como sobre o elemento fecundado. A iniciação, para os antigos, consistia mais num ensino espiritual e doutrinal do que na experiência material da vida. Porque há qualquer coisa mais importante do que "conhecer a vida": é conhecer o sentido da vida. Ora, tal sentido tanto pode sentir-se no meio da solidão mais virgem, como ignorá-lo depois de ter feito todas as experiências possíveis. Se o conhecimento resultante da prática de actos materiais bastasse para tudo, uma prostituta saberia mais sobre o amor que Heloisa ou Júlia de Lespinasse. "Um imbecil que passa a vida ao lado de um sábio não compreende melhor o sentido da sabedoria do que a colher o sabor da sopa", diz um outro adágio oriental. E que te importa provar de todas as bebidas, se a impureza da tua boca lhes desnatura o sabor, ou ver desfilar diante de ti todas as paisagens do universo, se tu não levas nos olhos o brilho que lhes desvenda a beleza? A suficiência vulgar e a ignorância profunda de tantos homens carregados de experiência (penso particularmente em certos grandes viajantes e sedutores) provém de que eles confundem o contacto passivo com um estremecimento que fecunda; se a colher pudesse pensar e falar, a sua "intimidade" permanente com a sopa dar-lhe-ia a ilusão de que a sopa já não tinha segredos para ela! A experiência material é o caminho, o espírito é a lanterna, e não é conhecer a vida tropeçar nas bordas do caminho sem ver mais do que poeira ou lama...

Fonte: "O olhar que se esquiva à luz" - Livraria Figueirinhas - Porto, 1957

terça-feira, 3 de maio de 2011

Prólogo do livro "El silencio de Dios"

Este libro es un testimonio. No "al sol que más calienta", sino a los astros que fueron ayer estrellas fijas de nuestro destino y que están hoy desapareciendo de nuestro horizonte. Un testimonio en favor del hombre eterno contra los ídolos que ha segregado nuestra locura y que devoran nuestra propria sustancia. Un grito de alarma profético frente al inmenso suicidio colectivo que nos amenaza y que se reviste euforicamente de los bellos nombre de progreso, de sentido de la historia, de liberación, de democracia, cuando no de ecumenismo o de aggiornamento.

Por ello, este libro posee todas las virtudes de la novedad. En un siglo en que reina el conformismo del absurdo y del desorden, en que el ídolo de la revolución permanente se ha convertido en centro de atracción para los rebaños de esclavos teledirigidos, nada hay más nuevo ni más insólito que predicar el retorno a las fuentes y defender la naturaleza y la tradición.

Nunca como hoy el genio de una época se ha aplicado a la destrucción minuciosa de su propria Ciudad humana (de sus valores y de su sentido) hasta el extremo paradójico de que el conformismo ambiental se expresa hoy por la actitud revolucionaria, y que la posición insostenible, heroica, ha llegado a ser la conservación y la fidelidad. (Del capítulo I de este libro).

La Ciudad de los hombres que defiende Rafael Gambra estaba hecha de un conjunto de lazos vivos y vividos que, a través de los diferentes niveles de la creación, mantenían al hombre unido a su origem y le orientaben hacia su fin. La casa, la patria, el templo, le protegían contra el aislamiento en el espacio; las costumbres, los ritos, las tradiciones, al hacer gravitar las horas en torno a un eje inmóvil, le elevaban por encima del poder destructor del tiempo.

Hoy estamos presenciando la agonía de esta Ciudad de los hombres. El liberalismo, al aislar a los individuos, y el estatismo, al reagruparlos en vastos conjuntos artificiales y anónimos, han tranformado a la socieda en un inmenso desierto cuyas ciegas arenas son arrebatadas el los torbellinos del viento de la historia. Y el hombre, víctma de este fenómeno de erosíon, no tiene ya morada en el espacio (se ve, a la vez, en prisión y en destierro), ni punto de referencia en un tiempo por el que corre cada vez más deprisa sin saber adónde va.

Las cidades de antaño, al enlazar al hombre con las realidades visibles e invisibles, le ayadaban a elevarse sobre sí mismo. Hoy día, el ideal que se le propone no es vertical, sino horizontal: está en la carrera misma, en la "huida hacia adelante", y no en el crecimiento espiritual. En lugar de intentar reproducir un arquetipo eterno, hay que dejarse arrastrar por un movimiento perpetuo y siempre acelerado. Psicólogos y sociólogos "al día" nos hablan sin cesar de la "mutación radical exigida por los progresos de la técnica y de la socialización". En este puento, los luminosos análisis de Rafael Gambra sobre la aceleración de la historia coinciden con los recientes juicios de una joven fiósofo francesa, Françoise Chauvin:

[...] los hombres han deseado siempre cambiar; pero en otro tiempo deseaban ese cambio para acercarse a aquello que no cambia, al paso que hoy quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia... Ya no se trata de ganar altura, sino de llevar la delantera; no de superarse, sino de no dejarse adelantar.

El hombre se encuentra así reducido al más pobre de sus atributos, al más próximo a la nada: el cambio indeterminado, sin principio y sin objecto...

Que este tipo humano, así fabricado en el laboratorio del progreso y de la democracia abstracta goce de un nivel material incomparablemente superior al de sus antepasados; que pueda esperar, en un porvenir más o menos próximo, verse libre de la miseria, de la enfermidade y de la guerra, poco importa: habrá perdido esos dos bienes esenciales para él e irreemplazables que son el arraigo y la continuidad; y, con ellos, la posibilidad misma de ejercer las más altas virtudes del hombre: el amor y la fidelidad. "¿Cómo ser fiel a un flujo o evolución permanentes? ¿Cómo amar lo abstracto conceptual que no tiene forma o figura humana ni divina?" (capítulo IX de este libro). Aún peor, ni siquiera se acordará del bien perdido: "pierde lo esencial sin darse cuenta de que lo ha perdido" (Saint-Exupéry). Asegurado contra todos los riesgos, quedará al mismo tiempo insensibilizado a todas las promesas. Acuden a la mente los versos de Machado: soledad de barco, sin naufragio y sin estrella...

Las páginas más emocionantes y más dolorosas de este libro son aquellas en las que el autor analiza los efectos de este proceso de desintegración en el seno de la Iglesia católica. El progresismo católico corta los puentes (Simone Weil diría los metaxu) entre el hombre y Dios, la tierra y el cielo. Una religión que disuelve lo eterno en la historia y que rechaza, como adherencia de un pasado para siempre concluso, prácticas y ritos que son el ponto de inserción de lo infinito en el espacio y de lo eterno en el tiempo... tal religión no será más que un vago humanitarismo, sin forma y sin contenido. En ella, la prostituición a los ídolos del siglo se reviste del vocablo halagüeño de "apertura al mundo"; la mescolanza y la confusión se presentan como un progreso hacia la unidad; la deserción se disfraza de "superación". ¿Cómo no evocar las líneas proféticas de Dostoievski?:

cuando los pueblos comienzan a tener dioses comunes, es signo de muerte para esos pueblos y para sua dioses... Cuanto más fuerte es un pueblo, más difiere su Dios de los otros dioses... Cuando muchos pueblos ponen en común sus nociones del bien y del mal, es entonces cuando la distición entre el bien y el mal desaparece.

Las antiguas formas de la sociedad, al impregnar de sagrado casi todas las manifestaciones de la vida temporal, hacían el tiempo permeable a lo eterno y a Dios presente en la historia. Pero esta alianza de le social y lo divino se desmorona en cuanto el hombre no reconoce otro dios que él mismo, ni otra patria que el mundo temporal transformado y desfigurado por sus manos. Y se acerca a grandes pasos la hora en que la idolatría del porvenir le ocultará la eternidad.

Ésta será, sin duda, para los últimos fieles, la suprema prueba de la fé. La pureza, el heroísmo de esa fe se medirán por la resistencia del pneuma divino, interior y libre (spiritus fiat ubi vult) al viento servil de la historia. Ante el silencio de Dios, los creyentes de mañana tendrán quizá que elegir entre la realidad invisible de una eternidad en aparencia sin porvenir y el espejismo brillante de un porvenir sin eternidad.

Bérulle definía el hombre como "una nada capaz de Dios". Pero he aquí que ese hombre se transforma cada vez más en un falso dios, incapaz del Dios verdadero. ¿Llegaremos hasta el término de esta subversión y habrá que desesperar de la Ciudad de los hombres? Rafael Gambra se complace en repetir las palabras demasiado lúcidas de Taine: "ningún hombre sensato puede ya esperar". Pero no olvidemos (cito de nuevo a Françoise Chauvin) que "la lucidez es la peor de las cegueras si no se ve nada más allá de aquello que se ve". El cristiano, a imitación del apóstol San Pablo, está obligado a esperar contra toda esperanza (contra spem in spe), porque Cristo ha vencido al mundo y esta victoria abarca la totalidad del tiempo y del espacio. Y, por inciertas que sean las probabilidades de éxito, nuestra misión aquí abajo consiste en restaurar pacientemente, en nosotros y en torno nuestro, las condiciones para una restauración de la Ciudad de los hombres; es decir, en preparar un porvenir a la eternidad.

Con este llamamiento se acaba este bello libro. Nuestro deseo más ferviente es que sea escuchado, en el secreto de las almas, como un eco del silencio de Dios.

Gustave Thibon

Fonte: "El silencio de Dios", Autor: Rafael Gambra - Ciudadela, 2007